«No te quiero», me han dicho no te quiero. ¿Cuántas estrellas hay en el firmamento? Pues si ni aún siendo matemática podría calcular a qué potencia deberían estar elevados los “te quiero” que debería escuchar para neutralizar un solo “no te quiero”. Entonces no hay solución. La vida es un equilibrio que no siempre se puede equiparar ni curar. Por muchas estrellas, por muchos te quieros. A veces tendríamos que convertirnos en otros, quizá los que fuimos, para borrar un “no te quiero” de la lista de naufragios.
Reconozco que me dejo llevar y que me escondo de mí misma. Lo admito. Reconozco que dudo hasta del amor. Dudo, valoro y sopeso, ¿qué me está pasando? Yo no me deprimo ni me suicido. Los puentes son para ver fuegos artificiales y las pastillas para la resaca. Las enfermedades del alma son cosa de uno mismo.
Pero son enfermedades. Las mías son carencias, imaginarias o no. Lagunas, ausencias, miedos, evasiones. Son enfermedades del estómago que es desde donde nace mi esencia mi modus operandi, el raciocinio nunca me sentó bien. Por qué busco el equilibrio si soy libra. Soy una balanza invertida. “La originalidad es un forma de ser”, no hace falta buscarla. Me resigno o me invento otra forma de ser.
Estoy en el km. 0 donde la inercia me ha traído. Pero el tren frenó. Me asomo a la puerta del vagón, nadie entra ni sale. Nadie se pregunta qué pasa. Esperan a que la voz del megáfono les diga algo. No levantan la vista de su libro, la minifalda o el hilillo del pantalón. Como si embrujada hubiera movido su nariz. El andén está vacío. En la calle en sol abraza el asfalto. La ciudad es tan solo desierto.